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La Filosofia de La Libertad

Puesto on-line: 25th octubre 2006

VI

LA INDIVIDUALIDAD HUMANA

La principal dificultad que encuentran los filósofos para explicar lo que son las representaciones, se basa en que nosotros mismos no somos las cosas externas, pero, que, a pesar de ello, nuestras representaciones tienen que tener una forma que corresponda a las cosas. Sin embargo, si lo examinamos mejor resulta que tal dificultad no existe en absoluto. Es evidente que nosotros no somos las cosas externas, pero sí pertenecemos, junto con ellas, al mismo mundo. El sector del mundo que yo percibo como mi sujeto está permeado por la corriente de todo el acontecer universal. Para mi percepción me encuentro, en primer lugar, encerrado dentro de los límites de mi epidermis. Pero lo que se halla dentro de ésta, pertenece al cosmos como un todo. De ahí, que para que exista una relación entre el organismo y el objeto externo a mí, no es necesario en absoluto que algo del objeto penetre en mí, o que impresione mi mente, como un sello la cera. La pregunta de ¿cómo adquiero conocimiento del árbol que está a diez pasos de mí? está mal formulada. Surge de la creencia de que la periferia de mi cuerpo es una barrera divisoria absoluta, a través de la cual se introduce en mí la información de las cosas. Las fuerzas que actúan dentro de mi piel son las mismas que las que existen en el exterior. En este sentido, realmente yo mismo soy las cosas; naturalmente, no yo, en cuanto que soy mi propio sujeto de percepción, sino yo, en cuanto que soy una parte dentro del acontecer total del mundo. La percepción del árbol pertenece a esta totalidad junto con mi Yo. Este proceso universal produce tanto la percepción del árbol allí, como la percepción de mi Yo aquí. Si no fuera yo el que conoce el mundo, sino el creador del mundo, el objeto y el sujeto (percepción y Yo) se producirían en un solo acto. Pues el uno implica el otro. Sólo a través del pensar puedo, como conocedor del mundo, descubrir lo que estas entidades tienen en común y que forman un conjunto, pues los conceptos las relacionan entre sí.

Lo más difícil de refutar en este campo son las llamadas pruebas fisiológicas de la subjetividad de nuestras percepciones. Si ejerzo una presión en mi piel, la experimento como sensación de presión. Esta misma presión la sentiré como luz con el ojo; como sonido en el oído. Una descarga eléctrica la percibo como luz con el ojo; como sonido con el oído; como golpe por los nervios cutáneos; como olor a fósforo con el olfato. ¿Qué se deduce de este hecho? Sólo que recibo una descarga eléctrica (o una presión) seguidas de una impresión luminosa, o un sonido, o quizá cierto olor, etc. Si no tuviera ojos, la percepción de la vibración mecánica no iría acompañada de la percepción luminosa; sin el órgano auditivo, no habría percepción acústica, etc. ¿Con qué derecho puede decirse que sin órganos de percepción no existiría todo ese proceso? Quien del hecho de que el proceso eléctrico produce en el ojo la sensación de luz, deduce que lo que experimentamos como luz no es más que un movimiento mecánico fuera de nuestro organismo, olvida que él sólo pasa de una percepción a otra, pero en absoluto a algo más allá de la percepción. Lo mismo que se puede decir que el ojo percibe un movimiento de su entorno como luz, también se puede afirmar que el cambio sistemático de un objeto lo percibimos como movimiento. Si dibujo un caballo doce veces en un disco giratorio, exactamente en las posiciones sucesivas que va tomando su cuerpo en movimiento, puedo producir, mediante la rotación del disco, la impresión del galopar. Sólo tengo que mirar por un orificio de manera que vaya percibiendo, una tras otra, las sucesivas posiciones del caballo. No veo entonces doce figuras del caballo, sino la imagen de un caballo al galope.

Este hecho fisiológico que hemos mencionado no puede aclarar en absoluto la relación entre la percepción y la representación. Tenemos que buscarla por otros medios.

En el momento en que aparece una percepción en mi campo de observación, también mi pensar entra en actividad. Un elemento de mi sistema de pensamiento, una intuición específica, un concepto, se une a la percepción. Pero cuando la percepción desaparece de mi campo visual, ¿qué me queda? : mi intuición unida a la percepción específica que se ha formado en el momento de la percepción. La viveza con la que más tarde pueda volver a representarme esa relación, depende del funcionamiento de mi organismo mental y corporal. La representación no es otra cosa que una intuición relacionada a una determinada percepción; un concepto que en su momento estuvo vinculado a una percepción y cuya relación con dicha percepción ha conservado. Mi concepto de león no se ha formado por mis percepciones de leones; pero mi representación del león sí se ha formado por la percepción. Puedo hacer captar el concepto de león a una persona que jamás ha visto uno; pero no me es posible darle una representación viva sin su propia percepción.

La representación es, por lo tanto, un concepto individualizado, y ahora nos resulta comprensible el poder representarnos los objetos de la realidad por medio de la representación. La plena realidad de un objeto nos es dada en el instante de la observación por la unión del concepto y la percepción. El concepto adquiere por la percepción una configuración individual, un vínculo con esa percepción específica. En esta forma individual que lleva en sí como característica la referencia con la percepción, el concepto sigue viviendo con nosotros y formando la representación del objeto en cuestión. Cuando encontramos otro objeto con el cual se vincula el mismo concepto, lo reconocemos como perteneciente a la misma especie que el primero; si vuelve a presentársenos el mismo objeto, encontramos en nuestro sistema conceptual, no solamente el concepto correspondiente, sino el concepto individualizado con la referencia específica a ese objeto particular, que reconocemos de nuevo.

La representación se sitúa por tanto entre la percepción y el concepto. Es el concepto específico el que hace referencia a la percepción.

La suma de todo aquello sobre lo que puedo formarme representaciones, puedo llamarlo mi experiencia. El hombre tendrá una experiencia tanto más rica, cuanto mayor número de conceptos individualizados posea. Al hombre a quien le falte la capacidad de intuición no será capaz de adquirir experiencia. Vuelve a perder los objetos de su esfera visual, porque le faltan los conceptos que debería vincular a ellos. Una persona con una capacidad de pensar bien desarrollada, pero con una percepción mala debido a órganos sensorios deficientes, tampoco podrá adquirir experiencia. Podrá formarse conceptos de alguna manera, pero a sus intuiciones les faltará el vínculo vivo con los objetos específicos. Tanto el viajero inconsciente como el erudito metido en un sistema de conceptos abstractos, son igualmente incapaces de adquirir una experiencia rica.

Como percepción y concepto se nos presenta la realidad, como representación, la imagen subjetiva de esta realidad.

Si nuestra personalidad se expresara solamente a través de la cognición, la suma de todo lo objetivo vendría dada por la percepción, el concepto y la representación.

Pero nosotros no nos contentamos con relacionar la percepción con el concepto mediante el pensar, sino que la vinculamos también con nuestra subjetividad específica, con nuestro Yo individual. La expresión de esta vinculación individual es el sentimiento, que se manifiesta como placer o displacer.

El pensar y el sentir corresponden a la dualidad de nuestro ser, a la que ya nos hemos referido. El pensar es el elemento por el cual participamos del proceso cósmico universal; por el sentir podemos recogernos dentro de la intimidad de nuestro ser.

Nuestro pensar nos une con el mundo; nuestro sentir nos vuelve sobre nosotros mismos, nos convierte en individuos. Si fuésemos solamente seres pensantes y perceptivos, toda nuestra vida tendría que transcurrir en uniformidad indiferente. Si únicamente pudiésemos reconocernos a nosotros mismos, nuestro propio ser nos sería totalmente indiferente. Sólo por el hecho de que con el autoconocimiento experimentamos el sentimiento de nosotros mismos, y con la percepción de las cosas placer y dolor, vivimos como seres individuales, cuya existencia no se limita a la relación conceptual entre nosotros y el resto del mundo, sino que además tienen un valor por sí mismos.

Se podría estar tentado a ver en la vida del sentimiento un elemento más saturado de realidad y más rico que el de la contemplación del mundo por medio del pensar. A esto hay que responder que la vida del sentimiento sólo tiene un significado más rico para mí como individuo. Para el mundo todo, mi vida de sentimientos sólo puede adquirir valor, si el sentir, como percepción de mí mismo, se une a un concepto, y de esta manera se incorpora al cosmos.

Nuestra vida es una oscilación constante entre nuestra participación en los acontecimientos del mundo y nuestro ser individual. Cuanto más ascendamos hacia la naturaleza universal del pensar, donde al fin lo individual solamente nos interesa como ejemplo o forma específica del concepto, tanto más se pierde en nosotros el carácter del ser individual, de la sola personalidad específica. Cuanto más descendamos hacia la profundidad de nuestra vida propia, y dejemos que nuestros sentimientos vibren con las experiencias del mundo externo, tanto más nos separamos de la existencia universal. Será una verdadera individualidad quien llegue con sus sentimientos lo más alto posible a la región de lo ideal, hay hombres en los que incluso las ideas más generales que entran en sus cabezas, llevan esa coloración especial que muestra inequívocamente la vinculación de esas ideas con su autor. Existen otros, cuyos conceptos se nos presentan sin rasgo de personalismo alguno, como si no vinieran de un hombre de carne y hueso.

La representación ya aporta a nuestra vida conceptual un sello individual. Ciertamente cada uno observa el mundo desde su propio punto de vista. A sus percepciones se le unen sus conceptos. Pensará los conceptos generales a su manera. Esta determinación específica es el resultado de nuestra posición en el mundo, de la esfera de percepción relacionada con el lugar en que vivimos.

Frente a esta determinación existe otra que depende de nuestra organización personal. Nuestra organización es una unidad especial y totalmente determinada. Cada uno de nosotros une sentimientos específicos, y con la mayor diversidad de intensidad, con nuestras percepciones. Esto es lo individual de nuestra propia personalidad. Es lo que nos queda como resto después de considerar todos los factores determinantes de nuestro medio.

Una vida de sentimiento, totalmente vacía de pensamiento, llegaría poco a poco a perder toda relación con el mundo. Para el hombre que busca la totalidad, el conocimiento de las cosas ha de ir de la mano con la formación y el desarrollo de los sentimientos.

El sentir es el medio por el cual los conceptos, ante todo, adquieren vida concreta.




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