LA FINALIDAD DEL MUNDO Y DE LA VIDA HUMANA
(El destino del ser humano)
Entre las múltiples corrientes en la vida espiritual de la humanidad,
existe una que puede denominarse la superación del concepto de
finalidad en dominios a los que no pertenece. La finalidad es
una secuencia determinada de fenómenos. La verdadera finalidad sólo se
da cuando, en contraposición a la relación entre causa y efecto
en la que el suceso anterior determina el posterior
ocurre lo contrario, que el suceso posterior influye de manera
determinante sobre el anterior. Esto, en principio, sólo tiene lugar
en los actos humanos. El hombre ejecuta una acción que
previamente se representa, y deja que esta representación le
determine su actuar. Lo posterior, el acto, influye por medio de la
representación sobre lo anterior, el hombre que actúa. Este rodeo a
través de la representación es absolutamente necesario para que se
establezca la relación de finalidad.
En el proceso, que se divide en causa y efecto, hay que distinguir
entre la percepción y el concepto. La percepción de la causa precede a
la percepción del efecto; causa y efecto quedarían simplemente uno al
lado del otro en nuestra conciencia, si no pudiéramos unirlos mediante
los conceptos correspondientes. La percepción del efecto tiene que
seguir siempre a la percepción de la causa. Si el efecto ha de ejercer
una influencia real sobre la causa, sólo puede efectuarlo a través del
factor conceptual. Pues el factor perceptual del efecto simplemente no
existe antes del de la causa. Quien afirme que la flor es la finalidad
de la raíz, es decir, que aquélla influye sobre ésta, sólo puede
afirmarlo con respecto al factor de la flor, el cual constata en ella
por medio de su pensar. El factor perceptual de la flor no tiene aún
existencia en el momento de la formación de la raíz. Sin embargo, para
una relación de finalidad, no es necesaria solamente la relación ideal
de lo posterior con lo anterior, sino que el concepto (la ley) del
efecto tiene que influir realmente sobre la causa a través de un
proceso perceptible. Pero solamente podemos observar una influencia
perceptible de un concepto sobre otra cosa, en los actos humanos. Por
lo tanto, sólo en este caso es aplicable el concepto de finalidad. La
conciencia ingenua que sólo admite lo perceptible, intenta
como ya hemos señalado repetidamente introducir lo perceptible
ahí donde sólo tiene valor lo ideal. En los sucesos perceptibles busca
relaciones perceptibles, o, si no las encuentra, se las inventa.
El concepto de finalidad válido en el actuar subjetivo es un
elemento apropiado para este tipo de relaciones imaginarias.
El hombre ingenuo sabe cómo ejecuta un hecho, y de ahí deduce que la
naturaleza también ha de actuar así. En las relaciones puramente
ideales de la naturaleza él ve no solamente fuerzas invisibles, sino
también fines reales imperceptibles. El ser humano hace sus
herramientas de acuerdo a su finalidad; para el realista ingenuo el
Creador construye los organismos según el mismo método. Sólo muy
paulatinamente va desapareciendo de la ciencia este falso concepto de
finalidad. En la filosofía aún sigue causando bastante daño. En ella
se plantea el problema de la finalidad externa del universo, de la
determinación extrahumana del hombre (y por lo tanto, también de la
finalidad), etc.
El monismo rechaza el concepto de finalidad en todos los campos
excepto en el del actuar humano. Busca las leyes de la Naturaleza,
pero no los fines. Los fines de la Naturaleza son suposiciones
arbitrarias, lo mismo que las fuerzas imperceptibles (ver cap.VII).
Incluso los fines de la vida que el hombre no se impone a sí mismo
son, desde el punto de vista del monismo, suposiciones arbitrarias.
Sólo tiene finalidad aquello que el hombre mismo añade, pues la
finalidad surge únicamente por la realización de una idea. En sentido
realista, la idea sólo es efectiva en el hombre. Por lo tanto, la vida
humana sólo tiene la finalidad y el destino que el hombre le da. A la
pregunta de cuál es la misión del hombre en la vida, el monismo sólo
puede replicar: la que él mismo se proponga. La misión de mi vida no
está predestinada, sino que es en cada momento, la que yo elijo. No
emprendo el camino de mi vida con una ruta predeterminada.
Las ideas sólo son realizadas con finalidad por el hombre. Es por lo
tanto inadmisible hablar de la incorporación de las ideas a través de
la historia. Expresiones como: la historia es la evolución del
hombre hacia la libertad, o la realización del orden
moral del mundo, etc., son insostenibles desde el punto de
vista del monismo.
Los partidarios del concepto de finalidad creen que si renuncian a él
tendrán que renunciar también a todo orden y concordancia del mundo.
Así por ejemplo, dice Robert Hamerling (Atomistik des
Willens, vol. II. pág. 201):
Mientras existan instintos en la Naturaleza, es
insensato negar la finalidad de ella.
Así como la estructura de un miembro del cuerpo humano no está
determinada y condicionada por una idea vaga de ese miembro, sino por
la relación con el todo, con el cuerpo al que ese miembro pertenece,
así la estructura de todos los seres de la Naturaleza, ya sean planta,
animal u hombre, tampoco están determinados ni condicionados por idea
vaga alguna, sino por el principio formativo de toda la Naturaleza,
que se organiza y forma de acuerdo con una finalidad. Y
La teoría de la finalidad sólo afirma que a pesar de las
muchas incomodidades y sufrimientos de esta vida natural, existe un
alto grado de finalidad y planificación en las formaciones y
desarrollo de la Naturaleza. Una planificación y una finalidad, sin
embargo, que sólo se realizan dentro de las leyes naturales, y que no
pueden tener por objeto una existencia utópica, en la que la muerte no
se opusiera a la vida, ni la decadencia al crecimiento, con todos sus
estados intermedios más o menos desagradables, pero en cualquier caso
inevitables.
Encuentro verdaderamente cómico que los adversarios del
concepto de finalidad opongan a un mundo de maravillas llenas de
finalidad, como exhibe la Naturaleza en todos sus dominios, nada más
que un poco de basura amontonada trabajosamente, de elementos sin
finalidad, completos o incompletos, supuestos o reales...
¿Qué es a lo que aquí se llama finalidad? Una coherencia de
percepciones con respecto a un todo. Pero como en todas las
percepciones rigen leyes (ideas) que descubrimos por medio de nuestro
pensar, resulta que la coherencia sistemática de los miembros de un
conjunto perceptual es, precisamente, la coherencia ideal de los
miembros de un todo ideal contenidos en este mundo perceptual. Cuando
se dice que el animal o el hombre no están determinados por una
idea vaga, eso está mal expresado, y la opinión que se critica
pierde automáticamente su carácter absurdo cuando se formula
correctamente.
Ciertamente el animal no está determinado por una idea vaga, sino por
una idea que le es innata y que constituye la ley de su naturaleza.
Justamente porque la idea no se encuentra fuera del objeto, sino que
actúa en él como su propia esencia, no se puede hablar de finalidad.
Precisamente quien niega que el ser natural está determinado desde el
exterior (a este respecto es totalmente indiferente que se trate de
una idea vaga o de una existente en el espíritu de un creador del
mundo externo a la criatura) tiene que admitir que este ser no está
determinado por una finalidad y plan externos, sino de manera causal y
de acuerdo con su ley interior. Construyo una máquina con una
finalidad si compongo sus partes de una manera que no viene dictada
por su naturaleza. La finalidad de su composición consiste en que
incorporo el funcionamiento de la máquina como idea fundamental de la
misma.
La máquina se convierte así en objeto de percepción con su idea
correspondiente. Los seres de la Naturaleza son también de este tipo.
Quien ve el principio de finalidad en un objeto, porque está formado
de acuerdo con una ley, puede entonces otorgar a los seres de la
Naturaleza la misma designación. Pero no debe confundirse esta
finalidad con la del actuar humano subjetivo. Para que haya finalidad
es absolutamente necesario que la causa operante sea un concepto y,
precisamente, el concepto del efecto. Pero en la Naturaleza, sin
embargo, no se encuentran conceptos que operen como causas; el
concepto aparece siempre solamente como el nexo ideal entre causa y
efecto. Las causas sólo se presentan en la Naturaleza en forma de
percepciones.
El dualismo puede hablar de la finalidad del mundo y de la finalidad
de la Naturaleza. Allí donde, para nuestra percepción, se manifiesta
una relación que sigue una ley de causa y efecto, el dualista puede
suponer que sólo vemos el reflejo de una cohesión en la que el ser
universal absoluto realiza sus fines. Al monismo le falla la base para
suponer una finalidad al mundo y a la Naturaleza, al excluir al ser
universal absoluto no perceptible, sino sólo deducido hipotéticamente.
Suplemento para la nueva edición (1918)
Una reflexión sin prejuicios sobre lo aquí expuesto no podrá llevar a
la conclusión de que el autor, al rechazar el concepto de finalidad en
los hechos extrahumanos, comparta el punto de vista de aquellos
pensadores que, rechazando este concepto ponen las bases para
considerar como un proceso puramente natural, todo lo que queda
fuera del actuar humano y luego incluso éste . De ello
debería protegerle el hecho de que en este libro se expone el pensar
como un proceso puramente espiritual. Si aquí se rechaza el
pensamiento de finalidad, incluso para el mundo espiritual
fuera del actuar humano, se debe a que en este mundo se manifiesta una
finalidad superior a la que tiene lugar en la humanidad. Y
cuando se habla de que según el modelo humano de finalidad
el pensamiento de un destino humano regido por el principio de
finalidad es erróneo, lo que se quiere decir es que el individuo se
propone fines, y que de ellos se compone el resultado de la actividad
total de la humanidad. Este resultado es algo superior a sus
componentes, los fines humanos.
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