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La Filosofia de La Libertad

Puesto on-line: 25th octubre 2006

CUESTIONES FINALES

Portrait of Rudolf Steiner 1899

1899

LAS CONSECUENCIAS DEL MONISMO

La concepción unitaria del mundo, o el Monismo que se ha considerado aquí, deriva de la experiencia humana los principios que necesita para explicar el mundo. De igual modo busca las causas del actuar dentro del mundo de la observación, es decir, en la naturaleza humana accesible al autoconocimiento y especialmente en la imaginación moral.

Se niega a buscar las causas últimas del mundo por medio de conclusiones abstractas, y fuera del mundo que se presenta a la percepción y al pensar. Para el monismo, la unidad que la experiencia de la observación pensante añade a la multiplicidad de las percepciones es, al mismo tiempo, la que exige la necesidad humana de conocimiento, y a través de la cual trata de penetrar en las regiones físicas y espirituales del mundo. Quien busque aún otra unidad más allá de ésta demostraría simplemente que no reconoce la concordancia entre lo que descubre el pensar y lo que exige el impulso cognoscitivo. El individuo humano, de hecho, no está separado del mundo. Es parte del mundo y existe una conexión real con la totalidad del cosmos, conexión sólo rota para nuestra percepción. Nosotros vemos al principio esta parte como un ser existente por sí mismo, porque no vemos los hilos y lazos por los que las fuerzas fundamentales del cosmos mueven la rueda de nuestra vida. Quien se limita a este punto de vista considera la parte de un todo como si fuera realmente un ser de existencia independiente, como una mónada que de alguna manera capta información del mundo desde fuera. El monismo aquí considerado muestra que sólo se puede creer en la existencia autosuficiente mientras lo percibido no se entreteja en la red del mundo de los conceptos a través del pensar. Si esto ocurre, la existencia separada se revelará como mera apariencia del percibir. El hombre sólo puede encontrar su existencia total y completa en el universo a través de la vivencia intuitiva del pensamiento. El pensar destruye la ilusión causada por el percibir e incorpora nuestra existencia individual a la vida del cosmos. La unidad del mundo de los conceptos que contiene las percepciones objetivas acoge también en sí el contenido de nuestra personalidad subjetiva. El pensar nos da la verdadera forma de la realidad como unidad cerrada en sí misma, mientras que la multiplicidad de las percepciones es solamente una apariencia condicionada por nuestra organización (ver cap.II). El conocimiento de lo real, en contraposición a la apariencia del percibir, ha sido en todos los tiempos la meta del pensar humano. La ciencia se ha esforzado por conocer las percepciones descubriendo las relaciones sistemáticas entre ellas como realidad. Sin embargo, donde se opinaba que las relaciones comprobadas por el pensar solamente tienen una validez subjetiva, se buscaba la verdadera causa de la unidad en un objeto más allá del mundo de nuestra experiencia (un Dios inferido, la voluntad, el Espíritu absoluto, etc.). Y apoyándose en esta opinión, se intentaba alcanzar, además del conocimiento de las relaciones reconocibles dentro de la experiencia (una metafísica basada, no en experiencia, sino en la inducción). Partiendo de este punto de vista se creía que la razón por la cual comprendemos las relaciones del mundo por medio del pensar disciplinado se debía a que un Ser primordial hizo el mundo según leyes lógicas, y que la razón de nuestro actuar se debía a la voluntad de dicho Ser primordial. Sin embargo, no se comprendía que el pensar abarca a la vez lo subjetivo y lo objetivo, y que la realidad total la proporciona la unión de la percepción con el concepto. Sólo mientras consideremos las leyes que compenetran y determinan la percepción en la forma abstracta del concepto, nos encontraremos, de hecho, con algo puramente subjetivo. Sin embargo, no es subjetivo el contenido del concepto que se añade a la percepción con la ayuda del pensar. Este contenido no está tomado del sujeto, sino de la realidad. Es aquella parte de la realidad que la percepción no puede alcanzar. Es experiencia, pero experiencia no obtenida por la percepción. Quien no pueda representarse que el concepto es algo real, sólo piensa en la forma abstracta en la que lo guarda en su mente. Pero el concepto sólo se presenta aislado debido a nuestra organización, lo mismo que ocurre con la percepción. Incluso el árbol que percibimos no tiene existencia alguna aisladamente.

Existe sólo como miembro dentro de la gran organización de la naturaleza y sólo es posible en conexión real con ella. Un concepto abstracto tiene tan poca realidad de por sí, como una percepción por sí sola. La percepción es aquella parte de la realidad que se presenta subjetivamente (por intuición; ver cap.V). Nuestra organización espiritual descompone la realidad en estos dos factores. Uno de ellos se manifiesta a la percepción; el otro, a la intuición. Sólo la unión de ambos, la percepción que se ajusta a las leyes del universo, es realidad total. Si sólo consideramos la mera percepción, no obtenemos la realidad, sino un caos incoherente; si consideramos solamente las leyes de las percepciones obtenemos tan sólo conceptos abstractos.

El concepto abstracto no contiene la realidad; pero sí la observación pensante, que no considera ni el concepto unilateralmente ni la percepción por sí sola, sino la unión de ambos.

Que vivimos en la realidad (arraigados en ella con nuestra existencia real) no lo niega ni el idealista subjetivo más ortodoxo. Sólo discutirá que podamos alcanzar también idealmente con nuestro conocimiento lo que experimentamos como real. En contraposición, el monismo muestra que el pensar no es ni subjetivo ni objetivo, sino un principio que abarca ambos aspectos de la realidad. Cuando observamos pensando realizamos un proceso que pertenece al orden del acontecer real. Por medio del pensar superamos dentro de la experiencia misma la unilateralidad de la mera percepción. No podemos desentrañar la esencia de la realidad por medio de hipótesis conceptuales abstractas (por la reflexión puramente conceptual), pero vivimos en la realidad, si encontramos las ideas que corresponden a las percepciones. El monismo no busca para la experiencia algo no experimentable (metafísico), sino que ve la realidad en concepto y percepción.

No urde una metafísica a partir de meros conceptos abstractos, porque en el concepto en sí ve sólo uno de los elementos de la realidad que queda escondida para la percepción, y que sólo tiene sentido en conexión con la percepción. Pero hace surgir en el hombre el convencimiento de que él vive en el mundo de la realidad, y que no tiene necesidad de buscar fuera del mundo una realidad superior no experimentable. Prescinde de buscar la realidad absoluta fuera de la experiencia, porque reconoce el contenido de la experiencia misma como realidad.

Queda satisfecho con esta realidad porque sabe que el pensar tiene la fuerza para garantizarla. Lo que el dualismo busca más allá del mundo de la observación, lo encuentra el monismo de éste mismo. El monismo muestra que aprehendemos la realidad en su verdadero aspecto a través de nuestro conocimiento, no como imagen subjetiva que se interpone entre el hombre y la realidad. Para el monismo, el contenido conceptual del mundo es el mismo para todos los individuos humanos (ver cap. V). Según los principios del monismo, un individuo humano considera a otro su semejante, porque está compuesto del mismo contenido del mundo que se expresa en él mismo. En el mundo conceptual unitario no existen tantos conceptos del león como individuos que lo piensan, sino solamente uno. Y el concepto que A añade a la percepción león, es el mismo que el de B, sólo que aprehendido por otro sujeto de percepción (cap. V). El pensar conduce a todos los sujetos perceptores a la misma unidad ideal común a toda la multiplicidad. El mundo unitario de las ideas se expresa en ellos como en una multiplicidad de individuos. En tanto el hombre se aprehende a sí mismo solamente por la autopercepción, se considera como ser humano particular; pero tan pronto como dirige su mirada al mundo idéico que destella dentro de él y que comprende todo lo particular, ve dentro de sí la realidad absoluta, viva y resplandeciente. El dualismo caracteriza al Ser primordial divino como aquello que penetra y vive en todos los hombres. El monismo encuentra esta vida común divina en la realidad misma. El contenido ideal de otro hombre es también el mío, y sólo lo considero distinto del mío mientras percibo, pero no así cuando pienso. El hombre abarca con su pensar solamente una parte de la totalidad del mundo ideal, y en ese sentido se diferencian también los individuos por el contenido efectivo de su pensar. Pero estos contenidos están dentro de un todo contenido en sí mismo que abarca los contenidos del pensamiento de todos los hombres. De esta manera el hombre aprehende con su pensar al ser primordial común que penetra a todos los hombres.

La vida penetrada del contenido de los pensamientos en la realidad es al mismo tiempo la vida en Dios. El más allá meramente inferido, no experimentable, descansa en una equivocación de los que creen que este mundo no contiene en sí la causa de su existencia. No comprenden que lo que necesitan para explicar la percepción lo encuentran por medio del pensar. Por ello ninguna especulación ha aportado hasta ahora ningún contenido que no haya sido tomado de la realidad dada. El Dios inferido de manera abstracta es solamente el hombre mismo trasladado al más allá; la voluntad de Schopenhauer, la fuerza volitiva humana en su forma absoluta; el Ser primordial inconsciente compuesto de idea y voluntad, de Eduard von Hartmann, la combinación de dos abstracciones extraídas de la experiencia. Lo mismo ha de decirse de todos los demás principios metafísicos, no basados en el pensar vivo. En verdad, el espíritu humano no trasciende nunca la realidad en que vive, ni tampoco lo necesita, pues todo lo que necesita para explicarla se encuentra en este mundo. Si los filósofos se declaran satisfechos deduciendo el mundo de principios tomados de la experiencia y trasladados a un más allá hipotético, también tiene que ser posible una satisfacción similar si al mismo contenido de la experiencia se le permite permanecer en este mundo, al cual pertenece para el pensar vivenciable.

Todo intento de trascender este mundo es ilusión y los principios situados fuera de él no explican mejor este mundo que los que se hallan dentro del mismo. El pensar que se comprende a sí mismo no exige, sin embargo, ir a un más allá, pues debe buscar el contenido perceptual solamente dentro del mundo, no fuera, y junto con este contenido forma la realidad. Incluso los objetos de la imaginación son sólo contenidos que se justifican únicamente si se convierten en representaciones que hacen referencia a un contenido perceptual. A través de este contenido perceptual se incorporan a la realidad. Un concepto que tenga que ser completado con un contenido de fuera del mundo dado, es una abstracción que no corresponde a ninguna realidad. Nosotros sólo podemos imaginarnos los conceptos de la realidad; para encontrar la realidad misma se necesita además la percepción. Un ser primordial del mundo, para el que nos imaginamos un contenido es, para el pensar autoexplicativo, una suposición imposible. El monismo no niega lo ideal; considera incluso que el contenido de una percepción al que le falta el complemento ideal no tiene verdadera realidad; pero no encuentra nada en toda la esfera del pensar que pudiera obligar a salir de la esfera de la experiencia del pensar, negando la realidad espiritual objetiva de éste.

El monismo considera incompleta una ciencia que se limita a describir las percepciones, sin llegar hasta sus complementos ideales. Pero considera igualmente incompletos todos los conceptos abstractos que no encuentran sus complementos en la percepción, y que no forman parte de la red de conceptos que abarca el mundo de nuestra observación. De ahí que no reconozca ninguna idea que haga referencia a algo objetivo más allá de nuestra experiencia, y que deba formar el contenido de una metafísica meramente hipotética. Todo lo que la humanidad ha producido referente a estas ideas son, para el monismo, abstracciones tomadas de la experiencia, pero sus autores pasan por estos préstamos.

Asimismo, según los principios monistas los fines de nuestro actuar tampoco pueden derivarse de un más allá extrahumano. En tanto que son pensados, tienen que provenir de la intuición humana. El hombre no hace de los fines de un Ser primordial objetivo (trascendente) sus fines individuales, sino que persigue los suyos propios que su imaginación moral le aporta. La idea que se realiza en la acción la desprende el hombre del mundo ideal unitario y la pone como base de su voluntad. Por lo tanto, en su actuar no viven los preceptos inculcados por el más allá a este mundo. El monismo no conoce ningún guía del universo que, desde fuera de nosotros mismos, imponga el objetivo y la dirección de nuestras acciones. El hombre no encuentra ninguna causa primordial trascendente de la existencia cuya voluntad pueda investigar para conocer los fines hacia los que orientar sus actos. Tiene que partir de sí mismo. Él mismo tiene que dar un contenido a su actuar. Cuando busca fuera del mundo en el que vive las causas que determinan su actuar, busca en vano. Si va más allá de la satisfacción de sus instintos naturales — de lo cual se ocupa la madre Naturaleza — tiene que buscar esas causas en su propia imaginación moral, a no ser que por comodidad prefiera dejarse determinar por la imaginación moral de otros. Es decir, o tiene que abstenerse de toda actividad, o actuar por razones determinantes que él mismo se da a sí mismo partiendo del mundo de sus ideas, o según las que le dan otros, de ese mundo.

Si supera la vida instintiva sensual y la ejecución de los preceptos de otros hombres, no estará determinado más que por sí mismo. Actuará por un impulso dado por él mismo y no determinado por ninguna otra cosa. Idealmente este impulso está efectivamente determinado en el mundo unitario de las ideas; pero de hecho sólo puede ser tomado de ese mundo y transformado en realidad por el hombre. El monismo sólo puede encontrar en el hombre mismo la razón para la realización efectiva de una idea. Para que una idea se convierta en acto tiene que quererlo primero el hombre, antes de que pueda ocurrir. Por lo tanto, un acto volitivo de este tipo tiene su razón solamente en el hombre mismo. El hombre es entonces el último determinante de su actuar. Es libre.

Primer suplemento para la nueva edición (1918).

En la segunda parte de este libro se ha intentado fundamentar que la libertad se encuentra en la realidad del actuar humano. Para ello fue necesario separar del campo total del actuar humano aquellas partes sobre las cuales la auto-observación sin prejuicios puede hablar de libertad. Son aquellas acciones que se presentan como realización de intuiciones ideales. Ninguna observación imparcial puede llamar libres a las demás acciones. Pero el hombre, precisamente en su auto-observación imparcial, tiene que estimarse capaz de avanzar por el camino hacia las intuiciones éticas y su realización. Sin embargo, esta observación imparcial del ser ético del hombre no puede, por sí sola, proporcionar la decisión final sobre la libertad. Pues si el pensar intuitivo mismo se originase en alguna otra entidad, y si su naturaleza no estuviera basada en sí misma, la conciencia de libertad que fluye de lo ético aparecería como una imagen ilusoria. Pero la segunda parte de este libro encuentra su fundamento natural en la primera. Esta presenta al pensar intuitivo como la actividad espiritual del hombre vivenciada interiormente. Pero comprender esta naturaleza del pensar vivo equivale al conocimiento de la libertad del pensar intuitivo. Y si sabemos que este pensar es libre, también vemos la esfera del querer a la que se ha de atribuir la libertad. Considerará libre el actuar del hombre aquél que a la vivencia del pensar intuitivo le pueda atribuir una naturaleza autosuficiente sobre la base de la experiencia interior. Quien no pueda hacerlo, no podrá encontrar un camino inexpugnable para aceptar la libertad. La experiencia que se ha hecho valer aquí se encuentra en la conciencia el pensar intuitivo, el cual no tiene realidad únicamente en la conciencia. Y con ello descubre la libertad como característica de las acciones que fluyen de las intuiciones de la conciencia.

Segundo suplemento para la nueva edición. (1918)

La exposición de este libro está basada en el pensar intuitivo puro vivenciable puramente a nivel espiritual, por el cual toda percepción adquiere realidad en el acto de conocer. En este libro no se ha querido exponer más que aquello que puede describirse a partir de la experiencia del pensar intuitivo. Pero también se ha querido subrayar qué clase de configuración de pensamiento exige este pensar vivo. Y exige que no se niegue que éste constituye en el proceso de conocimiento una experiencia basada en sí misma. Exige que se le reconozca que este pensar conjuntamente con lo percibido, es capaz de experimentar la realidad, en vez de tener que buscarla en un mundo inferido que se apoya más allá de dicha experiencia, en contraste con la cual, la actividad del pensar humano, sería algo puramente subjetivo.

Con ello se caracteriza aquel elemento en el pensar, por el cual el hombre penetra espiritualmente en la realidad. (Y de hecho nadie debería confundir esta concepción del mundo basada en la experiencia del pensar con un mero racionalismo). Por otra parte, se desprende del espíritu de estas consideraciones que, para el conocimiento humano, el elemento perceptual sólo adquiere valor determinante para la realidad cuando es aprehendido en el pensar. No puede quedar fuera del pensar lo que se caracteriza como realidad. Por lo tanto, no se puede pensar que la percepción sensorial garantice la única realidad. Lo que en el curso de la vida aparece como percepción, el hombre debe tomarlo como algo natural. Podría preguntarse: ¿estaría justificado esperar, desde el punto de vista que aporta el pensar intuitivo vivenciado, que el hombre pudiera percibir aparte de lo sensible, también lo espiritual? Si estaría justificado. Pues si bien por un lado el pensar intuitivo vivenciado es un proceso activo que se realiza en el espíritu humano, es, por otro lado, al mismo tiempo, una percepción espiritual que se capta sin un órgano sensorio. Es una percepción en la que el mismo que percibe está activo, y es una actividad de sí mismo que a la vez es percibida.

En el pensar intuitivo vivenciado se encuentra el hombre en un mundo espiritual también como perceptor. Lo que se le presenta dentro de este mundo como percepción, lo mismo que es mundo espiritual de su propio pensar, lo reconoce el hombre como mundo de percepción espiritual. Este mundo de percepción tendría la misma relación con el pensar que el mundo de percepción sensorial con los sentidos. El mundo de percepción espiritual no le puede ser extraño al hombre, cuando lo vivencia, puesto que en el pensar intuitivo tiene ya una experiencia que es de carácter puramente espiritual. Sobre este mundo de percepción espiritual tratan un número de obras publicadas por mí después de este libro. Esta “Filosofía de la Libertad”, es el fundamento filosófico de mis escritos posteriores. Pues en este libro se intenta mostrar que la experiencia del pensar bien entendida es ya una experiencia espiritual. Por lo tanto al autor le parece que, quien con toda seriedad acepte el punto de vista de esta “Filosofía de la Libertad”, no vacilará en penetrar en el mundo de percepción espiritual. En cualquier caso, no se puede derivar lógicamente del contenido de este libro _por medio de conclusiones_ lo que el autor expone en libros posteriores. Pero una comprensión viva de lo que en este libro se llama pensar intuitivo aportará de manera natural un acceso posterior lleno de vida al mundo de percepción espiritual.




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