LAS CONSECUENCIAS DEL MONISMO
La concepción unitaria del mundo, o el Monismo que se ha considerado
aquí, deriva de la experiencia humana los principios que necesita para
explicar el mundo. De igual modo busca las causas del actuar dentro
del mundo de la observación, es decir, en la naturaleza humana
accesible al autoconocimiento y especialmente en la imaginación moral.
Se niega a buscar las causas últimas del mundo por medio de
conclusiones abstractas, y fuera del mundo que se presenta a la
percepción y al pensar. Para el monismo, la unidad que la experiencia
de la observación pensante añade a la multiplicidad de las
percepciones es, al mismo tiempo, la que exige la necesidad humana de
conocimiento, y a través de la cual trata de penetrar en las regiones
físicas y espirituales del mundo. Quien busque aún otra unidad más
allá de ésta demostraría simplemente que no reconoce la concordancia
entre lo que descubre el pensar y lo que exige el impulso
cognoscitivo. El individuo humano, de hecho, no está separado del
mundo. Es parte del mundo y existe una conexión real con la totalidad
del cosmos, conexión sólo rota para nuestra percepción. Nosotros vemos
al principio esta parte como un ser existente por sí mismo, porque no
vemos los hilos y lazos por los que las fuerzas fundamentales del
cosmos mueven la rueda de nuestra vida. Quien se limita a este punto
de vista considera la parte de un todo como si fuera realmente un ser
de existencia independiente, como una mónada que de alguna manera
capta información del mundo desde fuera. El monismo aquí considerado
muestra que sólo se puede creer en la existencia autosuficiente
mientras lo percibido no se entreteja en la red del mundo de los
conceptos a través del pensar. Si esto ocurre, la existencia separada
se revelará como mera apariencia del percibir. El hombre sólo
puede encontrar su existencia total y completa en el universo a través
de la vivencia intuitiva del pensamiento. El pensar destruye la
ilusión causada por el percibir e incorpora nuestra existencia
individual a la vida del cosmos. La unidad del mundo de los conceptos
que contiene las percepciones objetivas acoge también en sí el
contenido de nuestra personalidad subjetiva. El pensar nos da la
verdadera forma de la realidad como unidad cerrada en sí misma,
mientras que la multiplicidad de las percepciones es solamente una
apariencia condicionada por nuestra organización (ver cap.II). El
conocimiento de lo real, en contraposición a la apariencia del
percibir, ha sido en todos los tiempos la meta del pensar humano. La
ciencia se ha esforzado por conocer las percepciones descubriendo las
relaciones sistemáticas entre ellas como realidad. Sin embargo, donde
se opinaba que las relaciones comprobadas por el pensar solamente
tienen una validez subjetiva, se buscaba la verdadera causa de la
unidad en un objeto más allá del mundo de nuestra experiencia (un Dios
inferido, la voluntad, el Espíritu absoluto, etc.). Y apoyándose en
esta opinión, se intentaba alcanzar, además del conocimiento de las
relaciones reconocibles dentro de la experiencia (una metafísica
basada, no en experiencia, sino en la inducción). Partiendo de este
punto de vista se creía que la razón por la cual comprendemos las
relaciones del mundo por medio del pensar disciplinado se debía a que
un Ser primordial hizo el mundo según leyes lógicas, y que la razón de
nuestro actuar se debía a la voluntad de dicho Ser primordial. Sin
embargo, no se comprendía que el pensar abarca a la vez lo subjetivo y
lo objetivo, y que la realidad total la proporciona la unión de la
percepción con el concepto. Sólo mientras consideremos las leyes que
compenetran y determinan la percepción en la forma abstracta del
concepto, nos encontraremos, de hecho, con algo puramente subjetivo.
Sin embargo, no es subjetivo el contenido del concepto que se añade a
la percepción con la ayuda del pensar. Este contenido no está tomado
del sujeto, sino de la realidad. Es aquella parte de la realidad que
la percepción no puede alcanzar. Es experiencia, pero experiencia no
obtenida por la percepción. Quien no pueda representarse que el
concepto es algo real, sólo piensa en la forma abstracta en la que lo
guarda en su mente. Pero el concepto sólo se presenta aislado debido a
nuestra organización, lo mismo que ocurre con la percepción. Incluso
el árbol que percibimos no tiene existencia alguna aisladamente.
Existe sólo como miembro dentro de la gran organización de la
naturaleza y sólo es posible en conexión real con ella. Un concepto
abstracto tiene tan poca realidad de por sí, como una percepción por
sí sola. La percepción es aquella parte de la realidad que se presenta
subjetivamente (por intuición; ver cap.V). Nuestra organización
espiritual descompone la realidad en estos dos factores. Uno de ellos
se manifiesta a la percepción; el otro, a la intuición. Sólo la unión
de ambos, la percepción que se ajusta a las leyes del universo, es
realidad total. Si sólo consideramos la mera percepción, no obtenemos
la realidad, sino un caos incoherente; si consideramos solamente las
leyes de las percepciones obtenemos tan sólo conceptos abstractos.
El concepto abstracto no contiene la realidad; pero sí la observación
pensante, que no considera ni el concepto unilateralmente ni la
percepción por sí sola, sino la unión de ambos.
Que vivimos en la realidad (arraigados en ella con nuestra existencia
real) no lo niega ni el idealista subjetivo más ortodoxo. Sólo
discutirá que podamos alcanzar también idealmente con nuestro
conocimiento lo que experimentamos como real. En contraposición, el
monismo muestra que el pensar no es ni subjetivo ni objetivo, sino un
principio que abarca ambos aspectos de la realidad. Cuando observamos
pensando realizamos un proceso que pertenece al orden del acontecer
real. Por medio del pensar superamos dentro de la experiencia misma la
unilateralidad de la mera percepción. No podemos desentrañar la
esencia de la realidad por medio de hipótesis conceptuales abstractas
(por la reflexión puramente conceptual), pero
vivimos en la realidad, si encontramos las ideas
que corresponden a las percepciones. El monismo no busca para la
experiencia algo no experimentable (metafísico), sino que ve la
realidad en concepto y percepción.
No urde una metafísica a partir de meros conceptos abstractos, porque
en el concepto en sí ve sólo uno de los elementos de la
realidad que queda escondida para la percepción, y que sólo tiene
sentido en conexión con la percepción. Pero hace surgir en el hombre
el convencimiento de que él vive en el mundo de la realidad, y que no
tiene necesidad de buscar fuera del mundo una realidad superior no
experimentable. Prescinde de buscar la realidad absoluta fuera de la
experiencia, porque reconoce el contenido de la experiencia misma como
realidad.
Queda satisfecho con esta realidad porque sabe que el pensar tiene la
fuerza para garantizarla. Lo que el dualismo busca más allá del mundo
de la observación, lo encuentra el monismo de éste mismo. El monismo
muestra que aprehendemos la realidad en su verdadero aspecto a través
de nuestro conocimiento, no como imagen subjetiva que se interpone
entre el hombre y la realidad. Para el monismo, el contenido
conceptual del mundo es el mismo para todos los individuos humanos
(ver cap. V). Según los principios del monismo, un individuo humano
considera a otro su semejante, porque está compuesto del mismo
contenido del mundo que se expresa en él mismo. En el mundo conceptual
unitario no existen tantos conceptos del león como individuos que lo
piensan, sino solamente uno. Y el concepto que A añade a la
percepción león, es el mismo que el de B, sólo que aprehendido por
otro sujeto de percepción (cap. V). El pensar conduce a todos los
sujetos perceptores a la misma unidad ideal común a toda la
multiplicidad. El mundo unitario de las ideas se expresa en ellos como
en una multiplicidad de individuos. En tanto el hombre se aprehende a
sí mismo solamente por la autopercepción, se considera como ser humano
particular; pero tan pronto como dirige su mirada al mundo idéico que
destella dentro de él y que comprende todo lo particular, ve dentro de
sí la realidad absoluta, viva y resplandeciente. El dualismo
caracteriza al Ser primordial divino como aquello que penetra y vive
en todos los hombres. El monismo encuentra esta vida común divina en
la realidad misma. El contenido ideal de otro hombre es también el
mío, y sólo lo considero distinto del mío mientras percibo, pero no
así cuando pienso. El hombre abarca con su pensar solamente una parte
de la totalidad del mundo ideal, y en ese sentido se diferencian
también los individuos por el contenido efectivo de su pensar. Pero
estos contenidos están dentro de un todo contenido en sí mismo que
abarca los contenidos del pensamiento de todos los hombres. De esta
manera el hombre aprehende con su pensar al ser primordial común que
penetra a todos los hombres.
La vida penetrada del contenido de los pensamientos en la realidad es
al mismo tiempo la vida en Dios. El más allá meramente inferido, no
experimentable, descansa en una equivocación de los que creen que este
mundo no contiene en sí la causa de su existencia. No comprenden que
lo que necesitan para explicar la percepción lo encuentran por medio
del pensar. Por ello ninguna especulación ha aportado hasta ahora
ningún contenido que no haya sido tomado de la realidad dada. El Dios
inferido de manera abstracta es solamente el hombre mismo trasladado
al más allá; la voluntad de Schopenhauer, la fuerza volitiva humana en
su forma absoluta; el Ser primordial inconsciente compuesto de idea y
voluntad, de Eduard von Hartmann, la combinación de dos abstracciones
extraídas de la experiencia. Lo mismo ha de decirse de todos los demás
principios metafísicos, no basados en el pensar vivo. En verdad, el
espíritu humano no trasciende nunca la realidad en que vive, ni
tampoco lo necesita, pues todo lo que necesita para explicarla se
encuentra en este mundo. Si los filósofos se declaran satisfechos
deduciendo el mundo de principios tomados de la experiencia y
trasladados a un más allá hipotético, también tiene que ser posible
una satisfacción similar si al mismo contenido de la experiencia se le
permite permanecer en este mundo, al cual pertenece para el pensar
vivenciable.
Todo intento de trascender este mundo es ilusión y los principios
situados fuera de él no explican mejor este mundo que los que se
hallan dentro del mismo. El pensar que se comprende a sí mismo no
exige, sin embargo, ir a un más allá, pues debe buscar el contenido
perceptual solamente dentro del mundo, no fuera, y junto con este
contenido forma la realidad. Incluso los objetos de la imaginación son
sólo contenidos que se justifican únicamente si se convierten en
representaciones que hacen referencia a un contenido perceptual. A
través de este contenido perceptual se incorporan a la realidad. Un
concepto que tenga que ser completado con un contenido de fuera del
mundo dado, es una abstracción que no corresponde a ninguna realidad.
Nosotros sólo podemos imaginarnos los conceptos de la realidad;
para encontrar la realidad misma se necesita además la percepción. Un
ser primordial del mundo, para el que nos imaginamos un
contenido es, para el pensar autoexplicativo, una suposición
imposible. El monismo no niega lo ideal; considera incluso que el
contenido de una percepción al que le falta el complemento ideal no
tiene verdadera realidad; pero no encuentra nada en toda la esfera del
pensar que pudiera obligar a salir de la esfera de la experiencia del
pensar, negando la realidad espiritual objetiva de éste.
El monismo considera incompleta una ciencia que se limita a describir
las percepciones, sin llegar hasta sus complementos ideales. Pero
considera igualmente incompletos todos los conceptos abstractos que no
encuentran sus complementos en la percepción, y que no forman parte de
la red de conceptos que abarca el mundo de nuestra observación. De ahí
que no reconozca ninguna idea que haga referencia a algo objetivo más
allá de nuestra experiencia, y que deba formar el contenido de una
metafísica meramente hipotética. Todo lo que la humanidad ha producido
referente a estas ideas son, para el monismo, abstracciones tomadas de
la experiencia, pero sus autores pasan por estos préstamos.
Asimismo, según los principios monistas los fines de nuestro actuar
tampoco pueden derivarse de un más allá extrahumano. En tanto que son
pensados, tienen que provenir de la intuición humana. El hombre no
hace de los fines de un Ser primordial objetivo (trascendente) sus
fines individuales, sino que persigue los suyos propios que su
imaginación moral le aporta. La idea que se realiza en la acción la
desprende el hombre del mundo ideal unitario y la pone como base de su
voluntad. Por lo tanto, en su actuar no viven los preceptos inculcados
por el más allá a este mundo. El monismo no conoce ningún guía del
universo que, desde fuera de nosotros mismos, imponga el objetivo y la
dirección de nuestras acciones. El hombre no encuentra ninguna causa
primordial trascendente de la existencia cuya voluntad pueda
investigar para conocer los fines hacia los que orientar sus actos.
Tiene que partir de sí mismo. Él mismo tiene que dar un contenido a su
actuar. Cuando busca fuera del mundo en el que vive las causas que
determinan su actuar, busca en vano. Si va más allá de la satisfacción
de sus instintos naturales de lo cual se ocupa la madre
Naturaleza tiene que buscar esas causas en su propia
imaginación moral, a no ser que por comodidad prefiera dejarse
determinar por la imaginación moral de otros. Es decir, o tiene que
abstenerse de toda actividad, o actuar por razones determinantes que
él mismo se da a sí mismo partiendo del mundo de sus ideas, o según
las que le dan otros, de ese mundo.
Si supera la vida instintiva sensual y la ejecución de los preceptos
de otros hombres, no estará determinado más que por sí mismo. Actuará
por un impulso dado por él mismo y no determinado por ninguna otra
cosa. Idealmente este impulso está efectivamente determinado en el
mundo unitario de las ideas; pero de hecho sólo puede ser tomado de
ese mundo y transformado en realidad por el hombre. El monismo sólo
puede encontrar en el hombre mismo la razón para la realización
efectiva de una idea. Para que una idea se convierta en acto tiene que
quererlo primero el hombre, antes de que pueda ocurrir. Por lo
tanto, un acto volitivo de este tipo tiene su razón solamente en el
hombre mismo. El hombre es entonces el último determinante de su
actuar. Es libre.
Primer suplemento para la nueva edición (1918).
En la segunda parte de este libro se ha intentado fundamentar que la
libertad se encuentra en la realidad del actuar humano. Para ello fue
necesario separar del campo total del actuar humano aquellas partes
sobre las cuales la auto-observación sin prejuicios puede hablar de
libertad. Son aquellas acciones que se presentan como realización de
intuiciones ideales. Ninguna observación imparcial puede llamar libres
a las demás acciones. Pero el hombre, precisamente en su
auto-observación imparcial, tiene que estimarse capaz de avanzar por
el camino hacia las intuiciones éticas y su realización. Sin embargo,
esta observación imparcial del ser ético del hombre no puede,
por sí sola, proporcionar la decisión final sobre la libertad. Pues si
el pensar intuitivo mismo se originase en alguna otra entidad, y si su
naturaleza no estuviera basada en sí misma, la conciencia de libertad
que fluye de lo ético aparecería como una imagen ilusoria. Pero la
segunda parte de este libro encuentra su fundamento natural en la
primera. Esta presenta al pensar intuitivo como la actividad
espiritual del hombre vivenciada interiormente. Pero comprender esta
naturaleza del pensar vivo equivale al conocimiento de la
libertad del pensar intuitivo. Y si sabemos que este pensar es
libre, también vemos la esfera del querer a la que se ha de atribuir
la libertad. Considerará libre el actuar del hombre aquél que a
la vivencia del pensar intuitivo le pueda atribuir una naturaleza
autosuficiente sobre la base de la experiencia interior. Quien no
pueda hacerlo, no podrá encontrar un camino inexpugnable para aceptar
la libertad. La experiencia que se ha hecho valer aquí se encuentra
en la conciencia el pensar intuitivo, el cual no tiene realidad
únicamente en la conciencia. Y con ello descubre la libertad como
característica de las acciones que fluyen de las intuiciones de la
conciencia.
Segundo suplemento para la nueva edición. (1918)
La exposición de este libro está basada en el pensar intuitivo puro
vivenciable puramente a nivel espiritual, por el cual toda percepción
adquiere realidad en el acto de conocer. En este libro no se ha
querido exponer más que aquello que puede describirse a partir de la
experiencia del pensar intuitivo. Pero también se ha querido subrayar
qué clase de configuración de pensamiento exige este pensar vivo. Y
exige que no se niegue que éste constituye en el proceso de
conocimiento una experiencia basada en sí misma. Exige que se le
reconozca que este pensar conjuntamente con lo percibido, es capaz de
experimentar la realidad, en vez de tener que buscarla en un mundo
inferido que se apoya más allá de dicha experiencia, en contraste con
la cual, la actividad del pensar humano, sería algo puramente
subjetivo.
Con ello se caracteriza aquel elemento en el pensar, por el cual el
hombre penetra espiritualmente en la realidad. (Y de hecho nadie
debería confundir esta concepción del mundo basada en la experiencia
del pensar con un mero racionalismo). Por otra parte, se desprende del
espíritu de estas consideraciones que, para el conocimiento humano, el
elemento perceptual sólo adquiere valor determinante para la realidad
cuando es aprehendido en el pensar. No puede quedar fuera del
pensar lo que se caracteriza como realidad. Por lo tanto, no se puede
pensar que la percepción sensorial garantice la única realidad. Lo que
en el curso de la vida aparece como percepción, el hombre debe
tomarlo como algo natural. Podría preguntarse: ¿estaría
justificado esperar, desde el punto de vista que aporta el
pensar intuitivo vivenciado, que el hombre pudiera percibir
aparte de lo sensible, también lo espiritual? Si estaría justificado.
Pues si bien por un lado el pensar intuitivo vivenciado es un
proceso activo que se realiza en el espíritu humano, es, por otro
lado, al mismo tiempo, una percepción espiritual que se capta sin
un órgano sensorio. Es una percepción en la que el mismo que percibe
está activo, y es una actividad de sí mismo que a la vez es percibida.
En el pensar intuitivo vivenciado se encuentra el hombre en un mundo
espiritual también como perceptor. Lo que se le presenta dentro de
este mundo como percepción, lo mismo que es mundo espiritual de su
propio pensar, lo reconoce el hombre como mundo de percepción
espiritual. Este mundo de percepción tendría la misma relación
con el pensar que el mundo de percepción sensorial con los sentidos.
El mundo de percepción espiritual no le puede ser extraño al hombre,
cuando lo vivencia, puesto que en el pensar intuitivo tiene ya una
experiencia que es de carácter puramente espiritual. Sobre este mundo
de percepción espiritual tratan un número de obras publicadas por mí
después de este libro. Esta Filosofía de la Libertad, es
el fundamento filosófico de mis escritos posteriores. Pues en este
libro se intenta mostrar que la experiencia del pensar bien entendida
es ya una experiencia espiritual. Por lo tanto al autor le
parece que, quien con toda seriedad acepte el punto de vista de esta
Filosofía de la Libertad, no vacilará en penetrar en el
mundo de percepción espiritual. En cualquier caso, no se puede derivar
lógicamente del contenido de este libro _por medio de conclusiones_ lo
que el autor expone en libros posteriores. Pero una comprensión viva
de lo que en este libro se llama pensar intuitivo aportará de manera
natural un acceso posterior lleno de vida al mundo de percepción
espiritual.
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